No sabía que buscar… no entendía que buscaba. Tal vez era solo esa sensación de vacío que muchas veces tenemos. En todo ese tiempo que busqué, no encontré más que caras sin nombres, gestos con otras intenciones y no algo que me llenara.
Era una sensación extraña. Esa sensación como cuando escucho música en otro idioma y, aunque no la entienda, hace que me sienta cómodo, que me eriza la piel. Es ese momento en que no entendés lo que te pasa, pero lo disfrutás. Esa era la búsqueda… pero que por más que lo hacía, no lo encontraba.
Se escucha siempre. Las personas te lo dicen: no busqués que así no lo encontrás. Disfrutá y aunque no lo entendás, disfrutá.
Un día, sin darme cuenta, ya no buscaba. No era que iba por la vida sin nada que valiera la pena, pero ya la búsqueda no era una obsesión, y siendo sincero, nunca lo fue.
Esta historia no es para decir que cuando no busqué apareció, porque así es y es un final obvio. No. La historia es para decir que cada vez que recibo un gesto inesperado, confirmo que apareció y me llena.
Sí. Apareció.