Así como construimos muros, creamos expectativas. Como dijo un amigo una vez en una bar: «Todo es culpa de las malditas expectativas». Es imposible que nuestra parte cognitiva no las forme, más si hablamos de crearlas alrededor de otra persona.
Si las decimos a la persona sobre la cual las formamos, más que una «sugerencia» puede ser una petición a gritos. Ahora bien, ¿qué pasa si no las decimos? Creamos un mundo alrededor nuestro que puede ser destruído con el menor esfuerzo, al ver la realidad, al ver que esta persona es un humano como cualquiera y que dentro suyo, también tiene expectativas.
Si no hay una base que sustente una expectativa, es sólo un acto de fé, claro, dicen por ahí que la fe mueve montañas… Al mismo tiempo, puede ser solo una esperanza… La incertidumbre es a la cual podemos culpar de que expectativas, esperanzas y sueños aparezcan y nos ayuden a idealizar algo.
¿Son buenas o no las expectativas? No lo sé, me gustaría saberlo… pero por el momento si formulo una, trato de compartirla y no dejar que me haga un mundo el cual no está atado a la realidad.
Para finalizar este tema de 5 capítulos, les dejo una frase de Bunbury:
«Y abrimos las puertas, quizás por costumbre
tal vez por búsqueda inocente
y nos encontramos…»
Qué jodida pregunta: contarle al (la) otro (a) nuestras expectativas… Contarle a los (as) otro(as) cualquier cosa, de esas que se nos atascan en la garganta, o no contar nada.
Esas han sido las preguntas recurrentes en mi cabeza en las últimas semanas. Pero, a pesar del dolor, de la incomodidad, de la vergüenza o lo que sea que causen esas «confesiones», mientras te leía y pensaba acerca de mis expectativas derrumbadas, solo pude acordarme de la Piaf y su «Non, je ne regrette rien».
Entiendo lo que sentiste, porque aunque no escuché a Piaf cuando escribí esto, sentía algo que nos invade a todos los humanos.
¿Decir o no? ¿Confiar o no?… siempre son sólo dos decisiones… y al final, la que tomés es la que dictó tu alma.