Babosín, el caracol que recorrió su mundo.

Cap. 2
Segundos de amor

Amaneció un día de tantos y Babosín se encontraba en un lugar al que no supo como llegó.

La música siempre ha despertado en él los mejores recuerdos en su vida. Podría vivir toda una vida recordando cada momento gracias a ella, y es que no sería, acaso, un desperdicio de vida si la música no llega a tocar el alma de una persona.

Babosín nunca se ha avergonzado de llorar, no le gusta que lo sepan o lo vean, pero para él es una de maneras más fuertes de expresar lo que siente. Lo ha hecho por partida de seres especiales para él, por momentos en que pensó que debía y en otros que el llanto lo tomó por sorpresa. Pocos lo ha visto hacerlo, pero los que lo han hecho, es porque ocupan un lugar en su vida, su corazón y alma.

Estas últimas, no muy recurrentes, han sido sus momentos mas memorables. Momentos que hoy tienen una atención muy importante para su diario vivir, porque de estas es que aprendió más que cuando las carcajadas venían con un fuerte dolor de estómago y alguna que otra lágrima.

Hablando de estómagos, nuestro amigo tenía hambre, pero no de comer, aunque la comida fue castigo suficiente para él cuando estuvo ocioso y vago… junto con bebidas, pero eso vendrá luego.

Su hambre era de cumplir metas, sueños, crear nuevas rutas para su vida y al fin, terminar en un lugar que pudiera llamar su hogar. Lo que pasaba con Babosín es que esa hambre no se le quitaba y nadie podía explicarle si era buena o mala… si debía tenerla o no.

Babosín, con el paso del tiempo, no le dio importancia a esto y se dedicó a hacer, porque supo que debía dejar las cosas pasar y no mirar atrás sin importar lo que pasara, aunque la curiosidad lo pusiera en duda, no importaba. No debía mirar atrás, porque así las personas que siempre quiso ignorar iba a respetar su vida en secreto.

Si de algo la vida le enseñó es a disfrutar los momentos, vivirlos y recordarlos. Guardar los segundos como años, los minutos como lustros, las horas como décadas y los días como siglos, porque al final todas esas cosas las que lo han hecho. Un lágrima, una risa, un beso en la mejilla… entrelazar manos, cerrar los ojos y ver a alguien ahí, aunque no esté, aunque no esté pensando en él.

La curiosidad entraba en su cabeza. Saber si era importante para alguien más o para quien él pensaba. En ocasiones lo desconcertaba de su camino. En ocasiones lo hacía más fácil. En cada pequeño paso que dio, encontró la solución. Cerraba los ojos y recordaba momentos: lágrimas, risas, besos en la mejilla. Eso, esos detalles lo concentraban, lo inspiradan y lo hacían volver a su camino.

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