Como nada tiene sentido, pero algunas veces sí, nace esta historia. Corta pero llena de magia.
El camino era largo, pero ya tiempo se hacía corto. Recorrerlo era más sencillo, lo que hacía por un lado que se disfrutara pero se viviera en menos tiempo, y ese punto, no es lo elemental de este relato.
Es increíble como el conocer algo hace que detalles se pierdan, se sienta más rápido recorrer un camino o que esas pequeñas cosas que te enamoraron se fueron al olvido, mas, sin darnos cuenta, hay momentos que lo pueden cambiar todo, que pueden hacer la memoria florecer, empezar a vivir de nuevo o llanamente hacerte sentir seguro.
Las manos seguían en su lugar, en el lado superior del volante, y de vez en cuando, tocaba la palanca de cambios. La vista sigue al frente… en realidad no. La vista sigue al lado y de vez en cuando mira al frente para cerciorarse que el camino, el que ya conoce, no haya perdido su control. En uno de estos momentos en que lo vigilaba, y no la sonrisa que lo hacía sonreír desde el corazón, empezó a sentir como una mano tomaba su brazo. Lo tomó y lo puso entre sus dos manos, cerca de su cuerpo.
No solo compartió sus manos.
La comodidad que buscaba la hizo buscar una posición, que la hiciera sentir en paz, feliz, tranquila y segura. Lo mágico del cuento, porque sí, es así de mágico, fue que ella sin darse cuenta dio lo mismo a él. Él no chistó. No hizo un gesto y no pudo hablar. Por segundos se concentró en el camino. Se concentró en esa seguridad que le transmitió ella. Se concentró en el camino que había empezado a su lado. Un camino con seguridad. Esa seguridad de que estaba haciendo lo correcto. Una seguridad única. La seguridad que necesita su corazón para sentirse feliz. Feliz porque ella es feliz.