La luna y su sonrisa

Era no muy tarde y ya no contaba.

No porque no quisiera contar, sino porque no quería hacerlo solo, pero así estaba. Bueno, solamente lo estaba físicamente porque sabía que en su alma estaba acompañado.

Vio la luna por unas horas. Esa luna que le encantaba, la que se ve como el gato de Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas. No quería verla sola. Quería decirle a qué le recordaba ese figura, reírse acompañado de esa idea tonta, esa idea gansa. La luna le sonreía. Se preguntaba si ella la estaba viendo en ese instante.

Fue a dormir. Cerró sus ojos para no seguir solo. Sabe que cuando duerme nunca está solo.

Abre los ojos.

No recuerda que soñaba pero sí que lo despertó. Su perro aullaba a la luna. Lo hizo abrir los ojos porque, su perro, no quería que estuviera triste. Cuando iba a verlo, ya un poco más vestido por el frío, vio que había un mensaje que le dibujó una sonrisa. No estaba solo.

Su perro dejó de aullar. La luna siguió sonriendo.

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