– ¿De cuál vengo?

– ¡Sí! ¿De cuál? Sé que yo vengo de otro que no es este, pero ¿vos? Ninguno de los dos es de este.

– Jajajaja… ¡nunca lo creerías! Menos cuando recordés donde nos vimos la segunda vez…

– ¿Segunda? ¿Y la primera?

– ¿Recordás aquel cuento de tus noches? Aquel que contaba de cataratas que caían de las nubes, amanecía con arcoíris y al medio día corría aquella brisa color viento… ¿lo recordás?

– ¿Cómo lo sabés? Solo mi memoria y yo lo conocíamos.

– Esa fue la primera vez. Yo estuve ahí… ambos nos llamamos… nos citamos ahí y disfrutamos de ese río de colores.

– Había olvidado el río…

– La segunda fue ahí… en mi planeta. ¿Cómo es? No amanece. Empezamos el día con el atardecer. La luna es la que nos da energía, seguro por eso soy así, soñando con ella cada vez que te veo. Las horas transcurren individualmente, según se necesite, pero cuando estás enamorado, es el corazón el que controla el tiempo. Las estrellas están muy cerca, tan cerca que te regalan deseos. Las montañas tienen un color rojizo, contrastan con el cielo. El pasto de las llanuras es azul como el mar de acá, y el mar es de tu color favorito, gris. Vos lo pintaste.

– ¿Yo?

– Sí. Allá podemos recorrer distancias largas saltando. Volás solo cuando controlás el tiempo con tu corazón. Las nubes pasan muy rápido. Vuelan junto con el viento. Allá el viento también es un color. ¿Sabías que allá no dormimos? Así es, allá soñamos nada más. ¿Te acordás cuando pintaste el mar?

– Yo nunca lo he visitado.

– ¡Sí! Ese planeta está dentro de tu corazón. Nos vimos ahí la segunda vez.