La luna me mira. Ella y yo. Estamos solos.
Como testigo está el viento fuera. No lo escucho, pero lo siento a pesar de que no entre.
Quiero preguntarle qué vio. Sabe más que yo, porque ha visto todo de todos, mas esta noche, solo quiero que me cuente lo que me incumbe.
La noche está tan oscura que no deja ver las nubes. Solo la luna se deja ver. Ella estuvo ahí. También tiene mucho que contar. La luna, Eda traviesa a la que le hemos contado todo y nada. Esa que conoce nuestra historia mejor que nadie. La que puede dar fe de cada palabra condensada. La que puede estar en estrado y ser quien convenza a todos de lo declarado.
Me mira y yo a ella antes de cerrar los ojos. Su compañía me conforta. Su compañía me recuerda que no estoy solo, que aunque no estas acá a mi lado, estás dentro. Estás en forma de palabras, colores, sudor, risas y lágrimas. La luna lo sabe, por eso sonríe. Por eso es feliz.
Hay un espacio acá dentro mío. Un espacio que lo ocupás. Lo ocupás y no te vas a ir. Si bien a mi lado no estás, no te has ido y no te irás.
Físicamente no estás pero la luna, con su luz, me acompaña. Me recuerda que donde esté, estarás conmigo. Siempre.